(Parte 2)
Beam me up, Scotty!
Sigue siendo
viernes. Son las 2 de la tarde, y vamos los tres de la mano, camino de vuelta a casa. A preparar la
comida. Hoy no hay nada que pueda arruinarme el día, así que voy sobre seguro:
espaguetis.
Luke y
Leia siguen tan contentos al llegar a casa que tengo que sentarlos en la encimera de la cocina, no quieren separarse de
Papi, quieren
jugar ayudarme con la comida. La pequeña
padawan está obsesionada con
“ayudar” en la cocina, echar ingredientes a la olla, abrir paquetes, remover... Mientras charlamos y seguimos jugando y
cocinando, llega la
Maestra-Jedi y, después de repartir besos para todos, la ponemos al día en un momento. Hoy es de los días que podemos sentarnos
justos a la mesa, y a la vez. Y por una vez, aparte de ponerse de tomate y queso hasta las cejas, comen estupendamente. Hasta la mitad de mi helado, como siempre. Y entre más
sonrisas.
Y además hoy es un viernes de esos en los no trabajo, me puedo quedar
tranquilo alargando la sobremesa. Y, claro, es lo que tiene estar todos tan a gusto; al final
Leia se duerme en el sofá, con nosotros. Mientras,
Luke sigue jugando y riendo alrededor nuestra. Llevo a la pequeña
dormida a su cama, y volvemos a la relativa tranquilidad de lidiar con uno solo. Incluso yo acabo por dormir un buen rato. No sé si
sonreía, pero hubiera podido hacerlo.
Llega la hora de
merendar, y preparamos unos sándwiches de crema de cacao, con panecillos con forma de
Mickey Mouse, aunque
Leia siempre prefiere jamón de York. Zumos, churretes y más risas. La
Maestra-Jedi tiene hoy vía libre para ir un par de horas al gimnasio, que eso de pagar la cuota y no poder ir casi nunca se lleva mal. Y además luego viene con las pilas cargadas. Así que nos quedamos los tres en casa, que aún quedan
juegos, plastilina y lápices de colores para rato.
Roughhouse a seis manos. El pequeño
Luke parece no haber tenido bastante con la sesión de
esta mañana. Ni yo tampoco. Una buena
paliza batalla de
cosquillas en el suelo del salón entre los tres, de la que salgo molido, arañado, agotado, y medio ronco de tanto reír. Ya no son sonrisas. Es diversión y
felicidad a tres bocas.
Se ha hecho de
noche ya, y casi ni nos hemos dado cuenta. Toca preparar el
baño. Consigo que me dejen 5 minutos, el tiempo justo para encender el radiador, buscar pijamas y toallas, y llenar la bañera. Los dos
juntos en el agua, y la fregona cerca, que la experiencia lo vuelve a uno previsor. Después de
intentar controlarlos un rato, los dejo ahí jugando con la espuma y sus muñecos de goma de
Peppa Pig. Y me voy a
“relajarme” un poco a la cocina, preparando
pizzas y biberones con cereales, mientras mi
sentido arácnido y mi
súper-oído de padre están concentrados en el cuarto de baño,
alerta. Más que nada por si se hace el silencio. Todo padre y madre experimentado sabe que el
silencio en una casa con niños, es sinónimo de alguna
trastada catástrofe.
La alarma del horno pita, y yo aún estoy peleándome con el pijama de
Luke, que sigue queriendo jugar –
“¡Con Papiii!”– mientras lo visto. Máquinas de
agotar, lo que yo te diga.
Pizza casera de atún y queso, la más fácil de preparar, y la que mejor comen. Media para ellos, y media para mí. Y un biberón con cereales y un poco de
miel. Se han acostumbrado a eso y no lo perdonan. No sé si funcionará o no, pero si sirve para que
tosan menos por la noche, soy capaz de peregrinar a la Granja San Francisco. Llevan sus platos y sus
bibis vacíos al fregadero, están cansados, y contentos, y colaboradores. Y yo mientras voy,
sonriendo como casi todo el día, a buscar uno o dos
cuentos.
Los espero en el sofá, y vienen los dos corriendo a sentarse uno a cada lado mío, repitiendo el –
“¡Con Papiii!”–. Y vuelven a sacarme la
sonrisa, no puedo evitarlo. Los abrazo, uno a cada lado, y me pongo a leerles uno de sus
cuentos, uno del espacio. –
“A mí me gusta creciente, Papi”–, me dice
Luke señalando la Luna, –
“y Marte rojo”–.
Leia es más de Saturno, por los anillos. Llega la
Maestra-Jedi del gimnasio, y nos sorprende haciendo el cohete. Ella también sonríe viendo la escena. Los cuatro
sonreímos. De par en par. Entre los dos los llevamos a sus camas, y se acuestan agotados, sin oponer resistencia. Pero al poco rato,
Leia se levanta, aparece por el pasillo con el pelo alborotado, y se viene al sofá
con nosotros. Sólo quiere eso, estar con nosotros. Y acaba
durmiendo sobre mi pecho.
Son cerca de las
23:00. Llegó la hora de darme un buen duchazo y tomarme un
helado, esta vez sin tener que compartirlo con los
padawames. Estoy contento. Agotado.
Feliz. Porque ahora que ya estoy relajándome y descansando, estoy con la sensación de que ellos han paso un día
tan genial como el que he pasado yo. Un
viernes genial.
Creo que estoy necesitando/mereciéndome ya un maratón de
Star Wars...
(¿Continuará...?)
La importancia de buenos ingredientes en la cocina para los niños radica en nutrir su cuerpo y mente. Fomenta hábitos alimenticios saludables y les enseña a apreciar la calidad de los alimentos.
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