Ya están aquí de nuevo. Ya vienen los
Reyes Magos. Holanda ya se ve. Como decía el año pasado por estas fechas, la culminación de las fiestas navideñas para muchos. Sobre todo para los más pequeños. El momento más
mágico, emocionante, y lleno de ilusión.
Ilusión es la palabra que mejor describe los días como éste. Mis
padawanes son aún pequeños, aún no son plenamente conscientes de lo que ocurre, pero con tres años recién cumplidos ya disfrutan de estas fechas y de
la magia los Reyes. En casa aún logramos evitar esa barbaridad del
"Pórtate bien o los Reyes te van a traer carbón!" –y espero que nadie los chantajee nunca con eso–, pero llevamos toda la semana con la visita de sus majestades en mente, y les salta la sonrisa cuando hablamos de ellos.
Con las particularidades de mi trabajo y mis turnos, este año no pude ir con ellos a ver la
cabalgata de Reyes –la
Maestra-Jedi me
wassapea que lo han pasado genial y me envía estas fotos–, pero un día antes sí fuimos toda la familia a ver el cortejo del
Heraldo, que es más reducido, pero casi igual de festivo, y recoge las cartas de los peques a lo largo del recorrido. Pasé la mayor parte del tiempo con la pequeña
Leia en brazos, saltando y bailando al ritmo de los tambores, pidiendo caramelos y cantando. Daba igual lo
cansado que estuviera, o la cantidad de gente que había en la calle. Verlos sonreír maravillados,
felices, guardando caramelos en sus bolsillos, riendo con los
beduinos que acompañan al Cartero, aplaudiendo al ritmo de los tambores y trompetas, ya me quitaba todo el cansancio y hasta unos cuantos años de encima.
Porque en días como éste, ahora que vuelves a ver la magia a través de sus ojos, es como si volviera un poco a ser niño de nuevo. Y ya tengo ganas de montar los regalos en el árbol, y de disfrutar con ellos de la mañana de Reyes. Como cuando era niño. No es que yo tenga un interés especial en que crezcan creyendo en la
historia –es un cuento a fin de cuentas– de los Reyes de Oriente, como en ninguna con raíces
religiosas, pero el entorno casi te obliga a ello. Porque no puedes
frustrar las ilusiones de los demás, empezando por las de tus propios hijos.
Hay que asumir que este tipo de temas siempre será controvertido. Mientras unos intentamos evitar connotaciones religiosas en todas las situaciones que podamos, la sociedad tiene asumidas ciertas tradiciones heredadas que son imposibles de esquivar. Fiestas culturales como la navidad o la semana santa son una
tradición, una herencia común, más social que religiosa. Como decía hace un año, para disfrutar de los
cuentos de hadas no hace falta creer en
Campanilla. Y el caso es que yo no puedo permitirme robar la magia de los
Reyes Magos a mis hijos. Ni a los demás. Ni quiero que mis hijos sean los que le
frustren la ilusión a otros.
Ni yo quiero perdérmelo. Ni la
Noche de Reyes –noche de niños–, ni la fantasía de los cuentos, ni la ilusión, la emoción, ni las caras de maravilla y asombro. Así que intentaremos mantener la ilusión de los Reyes a mis pequeños
padawanes todo el tiempo que nos sea posible. La
magia de los reyes también consiste en hacernos a todos un poco más felices por un rato, un poco más niños. Feliz
Noche de Niños.
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