Éste es mi tercer
Día del Padre. Y me sigue pareciendo algo increíble, irreal. No el día en sí mismo, que a fin de cuentas es más o menos
tan atípico como cualquier otro. En realidad el
mérito de días como éste no es mío, yo solo dejo pasar el tiempo, y hago lo que puedo por no 'meter la pata'. El mérito completo de todo esto de la
paternidad lo tienen mis pequeños
padawanes, y sobre todo
mi heroína.
Los pequeños
Luke y
Leia tienen ya dos años y tres meses. Y en ese tiempo me han
enseñado muchas cosas. Sobre todo cosas sobre
mí mismo que desconocía. Yo no era consciente de lo que puede uno llegar a sentir, esos niveles de
ternura, que al explicarlos te pueden tildar de
ñoño o de bobalicón, ese quedarte minutos tan sólo mirándolos, embobado,
enamorado. O la
paciencia y la
empatía, de las que pensaba que carecía por completo. Ni de esa
vigilia constante, ese estado latente de alerta continuo, como subyacente, que te hace sentir como con un sexto
sentido arácnido. O la capacidad de hacer, sin la más mínima duda, cosas que durante toda tu vida has tenido por
sacrificios. O la
memoria de pez, memoria de padre, esa que hace que te olvides a los 3 segundos de todo lo malo, y que sin embargo se queda con los tesoros que te regalan tus hijos en forma de
recuerdos. Todas estas cosas, y algunas más, me las han enseñado mis
padawanes. Yo no conocía al hombre
que soy ahora.
Pero la principal culpable de todo es la madre. Es mi mujer. Y cuando digo que sin ella yo no sería padre, no me estoy refiriendo a lo obvio. Yo la mayor parte del tiempo no tengo ni idea de lo que hago, casi todo es obra del instinto –¿paternal?, ¿maternal?–, y de la improvisación. Yo no he leído manuales, ni 'estivilles', ni 'gonzález', ni 'montessoris'. Yo nunca tuve la inquietud de tener hijos y criarlos. Pero cuando uno encuentra un motor –EL motor– que todo lo mueve, todo es posible, todo funciona.
Sin ella yo simplemente no podría hacer
nada. No es
yo-con-ella o
ella-conmigo, sino un
juntos, es un vivir en equipo. Ella me empuja, me marca el camino, me ilumina, y me
acompaña. Ella me ha enseñado todo. A ser padre. El sacrificio que no cuesta. El organizarte alrededor de otro
universo. El
compartir lo que ya es de todos, no sólo el tiempo, también la cama, la mesa, los abrazos, los sueños. El
valor de cada hora que paso con ellos. Y no es una
maestra dura ni exigente, sino la
compañera que comparte todo, y que siendo madre me enseña a ser padre, nos
enseñamos. Juntos. Soy padre por ella.
¡Feliz Día del Padre! ¡Y que la Fuerza os acompañe!
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