Esta mañana mi pequeña
Leia ha vuelto a hacerlo. No puedo evitar sonreírme y engordar de
orgullo cuando me sale con una de las suyas. Supongo que para cualquier padre sus niños son los más guapos, los más adelantados y los más listos del mundo mundial a lo largo de la historia. Sin discusión. El estado de
enamoramiento al que te someten no te permite ver otra cosa. Pero la
crianza de tus hijos te deja cada día con la boca abierta, y aunque tú ya sepas que tus pequeños son los mejores, siempre hacen algo, o pasa algo, que te sorprende, te supera. Claro que después, cuando pienso en lo que hacen, me vienen las
dudas.
Esparzo toda la caja de
fichas con dibujos sobre el sofá.
"Venga, princesa, ¿dónde está el plátano?". Y
Leia va, busca con la mirada, levanta algunas fichas, remueve, y me da la ficha del plátano, riendo y parloteando:
"Ehtá quí!". Y así con seis o siete fichas. La excepción es que para que busque la manzana tengo que pedirle la ficha del
'apple'. Ahora voy con el hermano. Ni caso. Le pida la que le pida, a él sólo le interesa una de las fichas.
"Bahco!",
"Avón". Me levanto y voy a la cocina a por agua, mientras le digo a
Luke:
"Anda, busca el triángulo, padawan". Y cuando vuelvo a entrar al salón es
Leia la que aparece corriendo hacia mí con la ficha del triángulo, riéndose y enseñándome las dos paletas. No puedo evitar reírme y levantarla en brazos para
abrazarla y besarla.
Al rato, un extraño
silencio reina en la casa.
Leia está 'leyendo' uno de sus cuentos, de Winnie Pooh y los colores. Y
Luke está con los
bloques de madera y las piezas de colores. Pero esta vez no está construyendo torres, sino
ordenándolos. Desde hace ya meses, es una de sus obsesiones. En la playa
coleccionaba conchas y las colocaba en fila. Ahora lo hace con casi todo. Mis zapatos, sus bloques, los cuentos, las muñecas, los coches... Incluso empareja bien las piezas, cada zapato con su par, los bloques iguales. Hasta creo que lo está empezando a hacer
por tamaños. Es mi segundo momento de risa tonta de la mañana.
Y me vienen las dudas sobre las
necesidades reales que tienen. Y sobre si yo soy capaz de cubrirlas. Desde incluso antes de que nacieran
Luke y
Leia, la mamá y yo habíamos decidido que si tenía posibilidad de estar con los niños por las mañanas, no los meteríamos en la
guarde. Otra cuestión es mi
capacidad. En varios aspectos. Estos veintitantos meses que llevan conmigo se ha puesto a prueba mi
paciencia –no siempre se consigue–, mi resistencia -tanto física como mental-, la falta de sueño, mi
empatía con los peques, y mis aptitudes como criador y
educador. Y posiblemente sea éste el aspecto en el que más flojeo.
Tengo que buscar en otros blogs y portales sobre maternidad,
educación y crianza, porque muchas veces estas cosas me superan. No puedo dejarlo todo en manos de la
improvisación y el instinto. Y a veces pienso que aunque lo intentamos, quizá no sea suficiente con poner todo lo posible de nuestra parte para que no les falten
estímulos y apoyos en su
aprendizaje y crecimiento. Comportamientos o acciones que pueden parecer raros, incluso tics nerviosos o compulsiones, son perfectamente normales para los niños de su edad, incluso señales de un adelanto cognitivo normal y saludable. Y por el contrario, quizás necesiten otras actividades y estímulos que los hagan
avanzar a un ritmo correcto, pero puede que no esté a la altura ni pueda cubrir del todo sus necesidades. También por eso hemos empezado a llevarlos a
EducArte, al menos unas horas a la semana. Y a las clases de
inglés. Yo lo único en lo que puedo apoyarme la mitad de las veces, es en mi
instinto.
¿Es para tener
dudas o no?
Comentarios
Publicar un comentario