Con 20 meses nuestros pequeños padawanes no recordarán nada de lo vivido esta semana. Ni su primer vuelo en avión, ni su primer trayecto en metro, ni sus primeros paseos por jardines y plazas de un país lejano que aun no saben ni dónde está. Una lástima, porque se lo han pasado genial. Para eso estamos los papás, las toneladas de fotos que les hemos hecho, y nuestros propios recuerdos.
Vamos primero con la organización, y luego os cuento cómo vivieron los pequeños su primera experiencia londinense. Los preparativos para el viaje fueron como una pequeña yincana. Menos mal que con un poco de organización y previsión por parte de mamá pudimos estar listos para la aventura. Imposible sin ella, su capacidad, y sus listas.
Los pequeños no pagaban billete de avión al ser menores de 2 años, pero tampoco podían llevar su propio equipaje. Lo único que podían llevar eran los carritos, que en nuestro caso era uno solo, gemelar. Pero sin bolsa ni accesorios extra. En las maletas tenían que entrar pañales para dos, mudas y potitos, sudaderas y ropa para cuatro, de más abrigo por si el tiempo no acompañaba, cámara, cargadores, alguna medicina, zapatillas... Y la premisa era meterlo todo en dos trolleys de cabina para no tener que facturar nada.
La ventaja es poder ir directamente a embarcar, una vez hecho con antelación el checking online. Y aún así, a la llegada el carrito hay que recogerlo en la cinta de aquipajes, pero te ahorras la facturación.
El tema de los hoteles es un poco complicado, ya que pocos te garantizan poder tener dos cunas en la habitación. Con un poco de paciencia, y tras alguna cancelación por este tema, dimos (dio, el mérito es de mi mujer) con uno convincente. Y la verdad es que acertamos, tanto con la ubicación como con el servicio. Cerca de una estación de metro con accesos adecuados, y en una zona genial para movernos y pasear.
Y aquí arranca la aventura. El vuelo en avión fue una experiencia, más para nosotros que para ellos, que no se daban mucha cuenta de nada. Nuestra preocupación era que no dieran mucho la lata, y que no les sentara mal la presión y la estrechez, claro. La elección de Londres como destino, además de por su atractivo, fue por la cercanía y la duración del vuelo. Aún así, contando las esperas, los tránsitos y los traslados, a los peques se les hace largo. A menos que hagan parte del viaje durmiendo, necesitan moverse y jugar, o terminan estresados, frustrados y de mal humor. Un destino más lejano hubiera supuesto más problemas, seguro.
Iban sentados sobre nosotros, con una extensión de cinturón, compartiendo espacio. Y entre sueños, vídeos en el móvil, canciones, algún llanto que otro, y risas con el resto de pasajeros se pasaron bien las dos horas y pico que dura el vuelo. No es por nada, pero los peques le sacan siempre una sonrisa a los que tienen alrededor. Son muy simpáticos y expresivos, y Luke tiene un encanto especial para las chicas.
El hotel nos ofreció todas las facilidades del mundo (salvo los típicos y muy británicos escalones de la entrada). Planta baja, espacio, dos cunas, y una cocina equipada, ideal para preparar o calentar comidas o potitos. Incluso los peques estuvieron a gusto y no dieron problemas para dormir en una habitación extraña.
Ya en el primer paseo, Luke y Leia estaban a sus anchas. La pequeña pedía florrrs de los maceteros que adornan las fachadas de las casas y hoteles de Kensington, y su hermano paseaba parloteando y saludando a coches y viandantes. La peque no sabe decir 'coche', pero cars lo pronuncia como si fuera de Chelsea. Da igual el idioma que uses, la gente sonríe al ver a Luke y Leia tan alegres y graciosos. Parecía que los estuviéramos paseando por su propio barrio.
El primer día nos lo tomamos con calma, y tras pasear y ver los alrededores y la zona de Notting Hill, nos fuimos a Hyde Park. Allí los niños corrieron y jugaron hasta agotarse. El tiempo acompañaba, y ellos lo pasaron en grande, que era de lo que se trataba.
Al día siguiente, Backingham Palace, St. James Park, Westminster, el Parliament y el Big Ben. Sólo faltaban los Daleks. Pasamos un buen rato haciendo fotos, y luego otro buen rato jugando en los jardines de la Abadía de Westminster. Lo de hacer cola con los niños estaba descartado. Y además lo divertido es jugar y correr. Luke dio uno de sus espectáculos. Más tarde, Trafalgar Square, la planta de arriba de un bus turístico recorriendo media ciudad, hasta el Puente de la Torre de Londres, y más juegos en los alrededores de la Torre. Luke está un poco obsesionado con el 'abbua' y ofreció otro show, a punto de lanzarse al Támesis, y Leia estuvo flipando mientras acariciaba a un gigantesco caballo de una patrulla montada de la policía de la City.
De vuelta, los peques se estrenaron en otro medio de transporte: el metro. Yo pensaba que lo llevarían peor, pero ahí entró en juego el encanto de Luke. El enano es un artista, y empieza a reírse con la gente, saludando y flirteando con alguna chica. Y siempre le sonríen. Entrar y salir del underground es un poco engorroso, pero si van de buen humor, se hace todo más fácil. El metro nos deja a escasos metros del hotel, y esa noche están tan cansados, que caen rendidos. Ha sido un día largo e intenso.
El segundo día se presenta con la agenda igual de cargada. La idea original era visitar el Museo de Historia Natural, famoso por su espectacular hall central y sus dinosaurios. Las colas nos echaron para atrás, así que optamos por la segunda opción, el Museo de la Ciencia. ¡Y acertamos! Cohetes, cacharros chulísimos, proyecciones de la Tierra, trajes espaciales... y otra de las nuevas obsesiones de los pequeños: la Luna. Pasamos allí casi toda la mañana, y Luke y Leia estuvieron jugando casi todo el rato. Nos costó sacarlos de la zona infantil. Tras comer, paseo por Hyde Park, otro bus turístico, Picadilly y más paseo por el centro.
En el bus Leia causó sensación. El hindú de la compañía de buses flipaba con ella: "She is sooo cute! Look at her! She is a pretty girl!". Estuvo un buen rato jugando con ella y charlando con nosotros. Dentro, a Luke tuvimos que rescatarlo de los brazos de una niña egipcia que se encaprichó de él. Y dos turistas negras de Washington (a las que entendíamos mejor que a los ingleses) lo etiquetaron como un futuro 'peligro andante', para cuando tuviera 15 ó 16 años.
Acabamos en el mercado de Covent Garden, y os puedo asegurar que no sé porqué no habíamos ido antes. Un sitio genial. Mucha animación, artistas callejeros, mercadillo de artesanía, músicos actuando entre las terrazas. Luke se hartó de reír, saltar, y de palmear y bailar con los músicos. Leia no dejaba de reír, montada sobre mis hombros. Le compramos un vestido en un puesto del mercado, hecho a mano se supone. Un rato realmente divertido, los peques lo pasaron en grande.
La vuelta al hotel, de nuevo en metro. Esa noche había que dormir pronto, ya que nuestro vuelo de vuelta era muy muy temprano, de madrugada. Decidimos ahorrarnos un trayecto incómodo, por los peques, y cogimos un taxi al aeropuerto, a las 4 de la mañana, para intentar que siguieran dormidos todo el tiempo que fuera posible. Dentro de lo que cabe, los horarios de comidas y sueño se habían mantenido estos días dentro de una cierta normalidad. Y el cansancio de cada jornada ayudaba a ello.
El vuelo de vuelta a Sevilla fue relativamente tranquilo, por la hora, y a la llegada a casa nosotros estábamos más cansados que ellos. En cierta medida conseguimos que no se alterarán mucho en sus ritmos y en sus rutinas, así que para ellos fue como despertar un día más, sólo que en un avión, y cuando llegamos a casa lo que querían era seguir con sus juegos, su parque, y su anarquía cotidiana. Nosotros no, pero qué se le va a hacer. Donde hay patrón...
Lo que nos ha quedado claro tras esta aventura es que si nos lo proponemos y lo organizamos bien, podemos
viajar con los peques. Quizás no como solíamos, quizás no a según qué sitios, pero sí a otros muchos, y a otro ritmo. Ahora hay que pensar en su diversión y en proporcionarles sus propias nuevas experiencias. Aunque
con 20 meses luego no las recuerden. Es una lástima, pero para eso estamos nosotros. Tampoco van a recordar su primera pizza, ni su primer baño en el mar, ni su primer año de colegio, y son igual de importantes. Y este primer viaje ha sido para
ponernos a prueba, los cuatro. Viajar es una parte importante en la
educación, según nuestro punto de vista. Aporta vivencias enriquecedoras, nos muestra la diversidad del mundo y enseña puntos de vista distintos de la vida.
Ahora queda recuperarnos del cansancio, organizar las toneladas de fotos, intentar montar un álbum para el recuerdo, y a pensar en el próximo destino.
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