Dos años y nueve meses. Esa es la edad con la que mis –todavía– pequeños
padawanes han empezado a ir
al colegio. Treinta y tres meses. Cada día, cada mañana de estos casi tres años los he pasado con ellos. Con excepciones, como algunas mañanas que la
Maestra Jedi no tenía que irse a trabajar, y ella se hacía cargo de ellos y me dejaba descansar un rato. O a veces que han estado algún día en casa de la familia, o yo he tenido que ausentarme por alguna razón. Pero nunca más de dos o tres días.
Han sido muchas mañanas escuchándolos venir por el pasillo hasta mi cama, pidiendo juego y desayuno desde bien temprano. Muchas mañanas desperezándonos, lavándonos, preparándonos el desayuno.
Compartiendo risas y quejidos mañaneros, bizcochos, tostadas y galletas. Ellos con su leche y yo con mi café. Ellos con sus biberones y yo con alguna de mis tazas. Así empezaban nuestras
mañanas. Muchos meses. Muchas mañanas
juntos.
Ahora también les preparo el desayuno. Pero no es lo
mismo. Despertarlos más temprano, lavarlos y vestirlos, como siempre, pero no de la misma forma. Con más prisa y menos diversión, menos
felicidad. –
"¿Dónde vamos, papi?". –
"Al cole, cariño". Yo no me paro ni a desayunar, siempre puedo pasar a la vuelta por la cafetería de abajo de casa. Camino del colegio vamos los tres de la
mano, como cuando íbamos al parque. Pero no es lo
mismo. Ahora ellos entran en el colegio, y yo me quedo en la
puerta.
Reconozco que ahora tengo más
tiempo para mis cosas, y he recuperado cierta
tranquilidad. Pero no es lo mismo. No es lo mismo pasar cada mañana sin
jugar al menos rato con los pequeños, con sus Legos, sus lápices de colores, sus puzles y sus cuentos, hacerles cosquillas, o correr por el pasillo tras ellos. No es lo mismo ir a hacer las compras por el barrio sin ellos. Antes también era una excusa para
pasearlos, y siempre eran el centro de atención en la frutería, en la carnicería, en el quiosco. Y después un rato al parque, a jugar
con ellos. Ahora no es lo mismo. Tengo más tiempo, y más tranquilidad, pero no es lo mismo.
El sábado pasado sí pude llevarlos al
parque, mientras la
Maestra Jedi se quedaba corrigiendo exámenes en casa. Lo pasamos genial los tres, entre risas, juegos y carreras. Y me di cuenta de cuánto
lo echaba de menos. Es cansado, agotador, y hay días que no se te da del todo bien esto de sobrellevar a dos
mellizos de dos años y medio. Y también pensé que en estas últimas semanas, de golpe, había pasado de estar con ellos
constantemente, todas las mañanas todos estos meses, a verlos
apenas una hora, lo justo para darles el desayuno y llevarlos al cole, y otro rato para recogerlos, charlar un poco con ellos, y darles la comida antes de irme al trabajo toda la tarde. Para cuando vuelvo a casa por la noche, ya están
dormidos.
Y a la mañana siguiente, después de llevarlos de nuevo al cole, me vuelvo a
casa, a mis cosas. Pero no es lo mismo. Ahora me tomo el
café solo.
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