A mis
padawanes –como a casi cualquier niño– les encanta
pintar. Ya sea en la pantalla de
iPad, en un
folio, con las pinturas del
cole, o en las
pantallas magnéticas. Hasta con las tizas en el suelo del
parque. Es una de las cosas que más me gusta hacer con ellos, y me encanta
dibujarles cosas, muñecos, números y letras, e intentar
enseñarles cómo identificarlas y hacerlas, aunque sean aún pequeños. A
Leia parece que se le da mejor que a su hermano, aunque cuando les da por los
lápices, los dos pueden ser muy intensos. Están
investigando, probando, descubriendo límites y sensaciones nuevas. Con el peligro que conlleva.
Hasta el momento el
control de daños había sido más bien testimonial, en raras ocasiones pintaban el sofá, o el suelo, y eran pequeños accidentes sin importancia. A la vez que pedían los lápices de colores, pedían el
papel. Pero este domingo la pequeña se salió del guión (y del folio). Mientras los pequeños jugaban y nosotros andábamos con tareas domésticas, la madre se encontró de repente con
Leia garabateando alegremente por toda la pared de la cocina mientras canturreaba.
¿Cómo reaccionas al encontrarte esta situación? Era la primera vez que lo hacía, y estaba jugando, tan contenta. Nunca había hecho falta marcarle el límite de dónde podía o dónde no podía jugar –ya sea pintando u otra cosa–, salvo cuando estamos cocinando, con fuego, cuchillos y demás, o en la mesa donde comemos. Instintivamente le quitas el lápiz y evitas que siga, pero, ¿cómo actuar después? No somos de castigar, y además no creo que con dos años que tienen comprendan del todo lo que queramos hacerles entender con una regañina o un castigo. Sólo estaba experimentando, jugando. Poniéndome durante un segundo en su lugar, no había roto nada, no se había hecho daño, ni a ella misma ni a nadie más. Pero lo que sí creo necesario es que haya una consecuencia. Así que siguiendo lo que nos pedía el cuerpo, la madre le puso a la pequeña un paño en la mano, y con agua, le pidió ayuda para limpiar la pared, repitiéndole una y otra vez que no era sitio para pintar, que tenía que pintar en el papel.
Así que ahí se puso, como en otro juego, a limpiar la pared con la bayeta, mientras asentía cada vez que su madre le decía "Aquí no se pinta más, ¿vale?". Al poco, siguió jugando a otra cosa, olvidado ya el lienzo improvisado y los lápices, pero la idea de que no podía dibujar en esa pared quedó clara. Al día siguiente, ayer en un momento de la mañana, me he encontrado con las puertas del mueble del salón garabateadas, y en esta ocasión los padawanes actuaron en equipo.
Mucho me temo que vamos a tener más de un zafarrancho de limpieza. Y más de dos. ¡Que la Fuerza nos acompañe!
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